miércoles, 20 de junio de 2007

LOS HERMANOS QUAY

Aquel brazo subversivo, más que responder a una preocupación económica, responde a una necesidad autoral por encontrar y desarrollar nuevas posibilidades en la animación. Nombres como Hayao Miyazaki, Jan Svankmajer, Ralph Bakshi, Peter Chung, el mismo Terry Gilliam, entre otros, componen un esfuerzo que busca demostrar que la animación no es sólo "cosa de niños".
. Nacidos en Estados Unidos, este par de artistas ha tenido que establecer su base de operaciones en Europa, y casi exclusivamente para Europa, pues sus entonaciones en el arte de la cinematografía animada en muy pocas ocasiones logran eco en su país.
El apellido Quay podrá verlo el curioso espectador entre los créditos para trabajos como el celebérrimo videoclip a Sledgehammer, de Peter Gabriel, o las secuencias animadas de la Frida de Salma Hayek y Julie Taymor; dos ejemplos en los que la magnitud económica de los proyectos no mermaron la libertad creativa de los gemelos artistas. No obstante, hay que ver cortometrajes como Street of Cocodriles (1986, el cual Terry Gilliam cuenta entre los diez mejores cortometrajes de la historia del cine), o sus dos largometrajes hasta el momento, Institute Benjamenta y The Piano Tuner of Earthquakes, para conocer unos de los ejemplos más auténticos del surrealismo en pleno siglo XXI.

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En este último, un individuo excéntrico y millonario busca, con la ayuda de un afinador, reactivar los extraños autómatas que rodean su isla con la única idea de crear una ópera diabólica que vuelva a la vida a Malvina van Stille, la cantante de ópera con la que está obsesionado. El filme transcurre en una solución de colores y atmósferas mercuriales, que terminan por meter al espectador en un estado en el que los sentidos y las ideas parecen ir a otro ritmo. Eso, incluso, ya es conocido como quayesco. Y es precisamente con este último trabajo, con la traducción de El Pianoafinador de Terremotos, que la obra de los Quay se ofrece al gran público a través de la sección oficial del 3er Festival Internacional de Cine Contemporáneo de la Ciudad de México, FICCO. No es necesario decirles que se trata de una película obligada, aunque difícil de digerir.

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En octubre pasado tuve la oportunidad de platicar con los gemelos en Sitges, Cataluña, por supuesto durante el festival de cine fantástico -donde, por cierto, se llevaron el premio a los mejores Efectos Especiales- y, aparte de sorprenderme ante la ebullición y continuidad de ideas y respuestas entre ambos como si se trataran de una sola identidad surcando entre dos cuerpos -ya sé que suena a lugar común, pero les invito a que busquen otras entrevistas con ellos para que vean cómo sorprende su total identificación, para confusión del entrevistador-, me motivó sobremanera sus recuerdos e intereses en México, lugar al que fueron invitados para dar unos talleres de animación, y en el que aprovecharon para investigar sobre la estancia de Buñuel en el mismo país. A continuación, corto mi rollo y los dejo hablar con una sola voz: la de los Quay. "Inicialmente la idea (para The Piano Tuner of Earthquakes) era hacer una adaptación al relato de Adolfo Bioy Casares, La Invención de Morel, pero los derechos no estaban disponibles. De forma tal que tratamos, entonces, de hacer una película que sirviera como un homenaje respetuoso a esa y a otra historia que, creemos, es como poesía de ciencia ficción, es hermosa y poderosa, sin utilizar grandes recursos ni efectos especiales. Esta obra se llama La Jetée, de Chris Marker, es algo que le inyecta ciencia ficción a tu imaginación". Curiosamente, este filme inspiró igualmente el 12 Monkeys de Terry Gilliam quien, a su vez, es uno de los productores del filme de los Quay. "Bueno, lo interesante del caso es que, hasta donde sabemos, Terry nunca ha visto La Jetée. Es algo que, a final de cuentas, no importa, es irrelevante. Terry, aunque se ha desarrollado en los filmes de acción real, creo que comparte la idea que tenemos de la animación. Él, desde luego, es un personaje muchos más importante que nosotros, y es por eso que le estamos muy agradecidos por haber prestado su nombre y apoyo para este filme".
Los Quay trabajaron durante cinco semanas en la filmación principal con los actores para este trabajo, y después regresaron a los estudios para laborar durante seis meses en la animacióón. Una década pasó desde que se aventuraron por última vez en un largometraje, ese tiempo, comentan, les brindó experiencia con el celuloide, aunque no les ha dado éxito económico.

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"Levantar este proyecto fue muy difícil, por eso se llevó una década hacerlo. Fue gracias al nombre de Terry Gilliam que el dinero alemán y japonés llegó para el filme. El presupuesto fue de 3 millones de euros, que es mucho para un filme independiente". "Ambos platicábamos cada noche con los actores, minutos antes de que comenzáramos a filmar. Tratamos de tener como una línea de trabajo, un hacia dónde vamos, qué es lo que estamos buscando, qué es lo que los actores nos pueden dar. Nosotros siempre trabajamos la historia de forma cronológica". "Creo que al realizar nuestras animaciones percibimos al mundo de forma distinta. Y es así que al actor, por ejemplo, tratamos de llevarlo hacia ese mundo. Y bueno, de alguna forma tratamos de convertir al actor en una especie de marioneta, que se transforme en un elemento más de un enorme decorado, ese espacio metafísico, existencial".
¿Cuáles son las diferencias entre dirigir un filme de acción real y uno de animación?
"Nosotros hacemos animación con marionetas, lo cual nos exige imprimir las emociones a las marionetas. Mientras que con los actores es ...(silbido) las actuaciones fluyen, nos sentamos y hablamos con los actores, les decimos cuál es la situación y les pedimos que nos sorprendan, para que entonces a nosotros sólo nos quede capturar su trabajo. Con las marionetas, por el contrario, no puedes capturar la actuación: tenemos que hacerla nosotros. Es algo muy distinto".
¿Y qué les gusta más? ¿Los actores o las marionetas?
"¡Oh! Ambos. Con un actor tienes la seguridad, la oportunidad de explorar lo que están dispuestos a dar. Con este filme sólo tuvimos dos días de ensayo, y pues después sus actuaciones fueron así tal cual. Trabajamos durante diez años con animación y de repente nos dan la luz verde para realizar el largometraje, y pues nos aterrorizamos. Fue difícil, porque trabajamos con actores y ellos necesitan ensayos, de repente los poníamos frente a la cámara y hacíamos seis o siete tomas... fue brutal".

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¿Es posible que en el futuro podamos ver una animación en conjunto por los Quay y Jan Svankmajer?
"Svankmajer tienen frente a él como cinco años de trabajo asegurado. Y qué vamos a hacer nosotros con él: somos dos pequeños perdedores frente a un maestro. Es un genio al que es difícil llegar".
Nacidos físicamente idénticos en Pennsylvania en 1947, los gemelos Timothy y Stephen Quay han desarrollado desde finales de los años 70 una filmografía magistral y muy difícilmente clasificable. Centrados en el terreno de la stop-motion han realizado un buen número de cortometrajes breves, concentrados, terriblemente bellos y crueles, angustiosos, desconcertantes, y técnicamente asombrosos. Rehúsan prácticamente toda aparición pública y realizan ellos mismos casi todos los elementos de sus producciones: la fabricación de las marionetas y escenografías y su paciente manipulación, la iluminación, la dirección y la fotografía. A diferencia de otros animadores más amables, como pudiera ser Ladislas Starewicz (1882-1965) –que fue al fin y al cabo un pionero entre pioneros- los Hermanos Quay reconocen como maestro a Jan Svankmajer, y nos ofrecen una obra extremadamente personal, cargada de referentes literarios (Bruno Schultz, Robert Walser) y plásticos (en el cine y en la pintura), pero despojada de toda amabilidad hacia el espectador, el cual se siente por igual fascinado e incómodo ante lo que ve. Adentrarse en cortos como Street of Crocodiles (1986), Rehearsals for Extinct Anatomies (1987), o The Comb (1991) es penetrar en espacios de creación total, cerrada, completa y perfecta, y en estructuras narrativas alógicas, regidas por sus propias leyes, enraizadas en lo onírico y en un surrealismo palpitante. Las superficies y los objetos de estos mundos ilustran incomprensibles maquinarias, espacios laberínticos, perspectivas falsas, y una eventual dislocación de las cualidades naturales o lógicas de la materia. Es lo modesto de sus dimensiones lo que permite el control de todos los parámetros visuales, y aplicar sobre estos un discurso cinematográfico muy poco común por su compleja elaboración (encuadres, profundidad de campo, etc) Llama la atención además el modo particularísimo en que sus obras son gestadas y creadas. Dotados de una afinidad que solo puede definirse como telepática, sus dotes creativas se complementan totalmente en la consecución de unos filmes sin fisuras, a no ser las propias del delirio espejeante y abierto que nace de estas dos mentes.
Observando con atención The Cabinet of Jan Svankmajer (1984) o el apasionante reportaje Anamorphosis (1991) se vislumbra -no, no se ve- un discurso cargado de símbolos, culto y especulativo a la vez, es decir, pleno de juego y experimentación, en torno a las ilusiones visuales (llámense cine o pintura) y su función simbólica o psicológica. No por casualidad trabaron ya a principios de los 80 amistad con Peter Greenaway, al punto de formar parte del extenso y paradójico reparto de la magnífica The Falls (1980) así como servir de inspiración para la pareja de gemelos que protagonizó su posterior film Z00 (1985)
La sobrecogedora tristeza de Street of Crocodiles o la bellísima y didáctica puesta en escena de los efectos de Anamorphosis demuestran que los Hermanos Quay no son unos meros marionetistas, sino dos creadores que, atesorando celosamente sus obsesiones, ofrecen siempre un discurso propio, ya sea a través de sus marionetas o de largometrajes al modo tradicional como Institute Benjamenta (1994) o el reciente The Piano Tuner of the Earthquakes (2005).

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http://www.greencine.com/article?action=view&articleID=365