El cine de género se ha nutrido de infinidad de malvados personajes que, hasta nuestros días, siguen cautivando a los espectadores de todo el mundo; si bien Hollywood dio el puntapié inicial, con el correr de los años, no hizo más que practicar pequeñas variantes en toda la filmografía que hoy conocemos, ya sea en lo que respecta a horror o thrillers.
El director Abel Ferrara rechazó estas convenciones y dotó a sus personajes de una psicología propia y personal: sus obsesiones más frecuentes surgidas del mismísimo Ferrara. Es entonces que nos enfrentamos a un cine de autor, que gira permanentemente alrededor de una ruptura constante de los convencionalismos del cine de géneros.
Muchos podrán culpar a Ferrara de ser excesivamente violento y descarnado a la hora de presentar sus historias; pero lo cierto es que, para este director, todo proceso de purificación viene gestado por estados de culpa y castigo; autoproclamado como católico ferviente, la condición de redención del ser humano puede darse si previamente se ha descendido hasta los más profundo del ser; cuestión no casual es que todos sus personajes son llevados a actuar en contextos en donde su paulatina destrucción permite ser justificada.
Los inicios de Ferrara nos transporta a 1979 con su primer obra: El asesino del taladro (Driller Killer), dirigida y protagonizada por él mismo usando el seudónimo de Jimmy Laine; el film narra las aventuras de un psicópata cuyo pasatiempo es eliminar a sus semejantes con la ayuda de la herramienta de referencia.
Su película siguiente, El ángel de la venganza (Ms. 45, 1981), presenta la historia de una mujer que tras ser salvajemente violada, emprende el exterminio de todo hombre que la asedia o asedió alguna vez.
Siguieron Fear City (1984), China Girl (1987) y Cat Chaser (1989); entrando en producciones más costosas no es sino hasta fines de los ochenta con Príncipe de Nueva York (King of New York, 1990), con la cual Ferrara se convierte en objeto de un reconocimiento mucho más amplio. El film describe los nexos y mecanismos de la mafia neoyorquina, encarnados en la figura de Frank White (Christopher Walken), un capo del narcotráfico que elimina a todo rival que amenace su posición. Su siguiente trabajo es, quizás, el más controvertido: Un maldito polícia (Bad Lieutenant, 1992) interpretada por Harvey Keitel narra la historia de un policía neoyorquino y su lucha contra su propia desintegración espiritual. Después, siguió Juegos peligrosos (Dangerous Game, 1993), también protagonizada por Keitel, una visión autocrítica de su rol como cineasta y un juego de pérdida de límites entre ficción y realidad. En años recientes, ha dirigido Usurpadores de cuerpos (Body Snatchers, 1994), tercera versión del clásico de ciencia ficción (la primera dirigida por Don Siegel en 1956 y la segunda por Philip Kaufman en 1978), The Addiction (1995), una historia de vampiros con un discurso filosófico, El funeral (The Funeral, 1996) , The Blackout (1997), New Rose Hotel (1998) y la no estrenada comercialmente en nuestro país, R XMAS (2001).
En casi toda la filmografía de Ferrara, la violencia se establece como hilo conductor de sus historias; rasgos comunes presentes en sus films son tales como la dificultad en establecer una línea divisoria entre paranoia y lucidez o la agonía espiritual como camino único de salvación. Todo conduce a un destino de autodestrucción, lento, en forma de curva descendente, una ruta invadida por todas las manifestaciones imaginables de la degradación humana.
Tanto en El asesino del taladro como El ángel de la venganza, por ejemplo, podrían catalogarse como slasher movies (films de asesinos seriales) y, aún así, existe un quiebre en la convención de este género dado por las particularidades de las víctimas del personaje central. En el caso de El asesino del taladro, las víctimas y el criminal no conforman fuerzas antagónicas que representen una noción absoluta del Bien y el Mal, tal como se estructura en los films de género; el protagonista, es un ser lúcido y con la necesaria cuota de sensibilidad, mientras que sus víctimas son presentados como individuos inestables y marginados. Es entonces que el asesino, funciona como figura de identificación para el espectador, que en el afán de fundamentar los razones de la psicosis, termina por justificarsele todo su accionar. En El ángel de la venganza, esto es todavía más radical: el psicópata asesino es una mujer recién violada, que mata sistemáticamente uno por uno a los hombres que la asedian y que incluso considera amenazantes. En ambos casos, los personajes, justifican su existencia más allá de sus acciones; inmersos en un infierno cotidiano, no hacen sino actuar en consecuencia y, para Ferrara, esto significa descender moralmente y emprender así el camino de la salvación.
Pero en donde más se profundiza es en Príncipe de Nueva York y Un maldito policía, donde sus antihéroes poseen una ética más sólida que la de muchos de sus antagonistas. En la primera, el líder narcotraficante Frank White asume el deber casi moral de eliminar a sus rivales, quienes -según él- son una amenaza social mucho mayor que la de su persona. Este acto contiene implícita una noción de justicia difícil de aceptar para la ley establecida: para Ferrara, las verdaderas víctimas no son las que mueren acribilladas (o taladradas) en manos de un delincuente o un psicópata, sino los delincuentes o psicópatas que se ven obligados, por una exigencia personal, a matar a sus semejantes. En Un maldito policía el protagonista se somete a algo similar: cuando supone haber llegado a un punto irreversible de degradación, y llevado hasta el límite su relación con las drogas, la corrupción y la violencia, encara un conflicto religioso que detona los complejos mecanismos de la culpa. Pese a su maldad inherente, en su confrontación con la figura de Cristo, comienza su propio camino hacia el perdón. Cabe destacarse que su encuentro no es real sino un producto del delirio del personaje; esto conlleva a pensar en que la expulsión de sus males es siempre autoinducido, y ni siquiera la presencia Santa (y mucho menos las instituciones), se encuentren capacitadas en reformar al que no haya descendido primero a la región más oscura de sí mismo; la respuesta final es simplemente una sola: el perdón.
The Addiction es una continuación de lo ya expuesto; aquí la protagonista, estudiante de filosofía con características vampíricas, participa de una metáfora un tanto explícita para referirse a todo tipo de adicción. Su deseo constante de sangre hace incrementar su descenso hasta llegar a entender la esencia humana gracias al entendimiento de las teorías filosóficas (Heiddegger, Nietzsche y Sartre aparecen constantemente como puntos de referencia) que, siendo mortal en sus inicios, estudiaba y le parecían inescrutables. Aquí la maldad es inherente al hombre, por tal motivo, el hombre tiende hacia el Mal; las preocupaciones religiosas y la reflexión sobre la culpa y la redención son constantes a lo largo del filme: existe un idea positiva en el hecho de sufrir, ya que para redimirse habrá que aceptar el dolor y la culpa y de esta forma se obtiene el verdadero perdón.
La sensación de degradación en el cine de Ferrara funciona como factor clave en el proceso de percepción del espectador gracias, a la construcción de ambientes netamente claustrofóbicos; en ellos, el proceso de creación establece nexos directamente sobre la conciencia (o inconsciencia) del público: la descarga del autor se transforma en catarsis en quien la consume. Con esto decimos que, el autor, libera sus obsesiones siendo disparador en aquellos individuos en donde las mismas gozaban de una pasividad extrema, poniéndolas así en movimiento. Obviamente, este efecto es molesto hasta tal punto de generar rechazo y/o la imposibilidad de mantener una postura indiferente ante una obra que, para muchos, resulta insoportable. Ante lo manifestado en este artículo, muchos espectadores seguirán siendo seducidos por la liviandad de los productos hollywoodenses; mientras tanto, las obras de Ferrara lo mantienen indiferente y aislado ante tanta superficialidad