jueves, 21 de junio de 2007

HUMOR VERBAL Y VISUAL DE LA CODORNIZ

La Codorniz, nacida en 1941, se tuvo siempre por decana de la prensa humorística española y modelo de un humor superviviente bajo el franquismo o doblegado a él. Depende como se entendieran sus etapas: la primera, la de Miguel Mihura, que era vanguardista cuando ya no era momento para ello (recién acabó la guerra civil), o la de Álvaro de LaIglesia, más realista y acorde con la larga temporada gris de Franco. Luego habría otra más corta de Summers, pero su importancia relativa fue mucho menor.

Llera aborda el difícil estudio del semanario, que nadie hasta hoy había abordado con tal encono, con aprovisionamiento abundante de lecturas previas que maneja con rigor, como no es habitual. Sí, hay que admitir que hay libros y artículos que se acercan a algunas figuras relevantes de La Codorniz, algunos memorables, pero todos admiten revisión y superación. Tubau, por ejemplo, hizo un estudio de aproximación a publicaciones y época concretas del humor en España y su obra ha de tenerse como de estudio panorámico del humor gráfico pero no como el tratado definitivo por el que se ha venido tomando desde que apareció. Al igual que Tubau, el doctor extremeño relata de manera muy amena, pero añade profusas notas al pie -acaso demasiado abundantes en ocasiones- para explicar la evolución de la poética del semanario a la par que relata la historia interna de su vida editorial y la de sus editores y colaboradores. De esta guisa, traza un camino despejado partiendo de la identificación de la primera época de la revista con el humorismo ramoniano y absurdista, que era veladamente crítico, hasta llegar a la sátira social y de costumbres en que acabó recalando La Codorniz, obligada por la censura y por las propias limitaciones que se imponían los autores

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Llera ejercita la crítica literaria tanto sobre el humorismo de los textos como el de los dibujos de La Codorniz, no se limita exclusivamente al análisis del humor gráfico. Lo hace desde una perspectiva retórico / pragmática, pues el autor entiende que se puede llegar a entender convenientemente el humor -ese animal fascinante pero escurridizo- mediante un análisis interdisciplinario que combine las teorías pragmáticas de la lingüística (particularmente desde la teoría de la relevancia) con las teorías cognitivas (las semánticas) y también mediante el uso y conocimiento de la retórica. Así, tras escoger dos etapas concretas del semanario, aquella en la que Mihura lo dirigió (1941-1944) y el decenio comandado por De Laiglesia (1956-1965), aísla Llera las estrategias del humor y de la sátira en la publicación, determinando los porqués del uso de tropos como la ironía, la reticencia, la parodia o el sobreentendido.

Viene a concluir el autor que Mihura no consiguió el proyecto de revista que deseaba, a lo que pudo contribuir la tensión de la década de los 1940, cuando la libertad era una entelequia y la vuelta a lo viejo, a lo gastado, se aceptaba como posibilidad cultural. Sus colaboradores, por más que algunos eran de elevada estatura (Tono, Galindo, Herreros, el propio Mihura, humoristas italianos y americanos), no cuajaron en la España de la hambruna y la herida. Después, en los años cincuenta, ya situados en la época de La Codorniz con el marchamo de De Laiglesia, se opera un viraje en el humor gráfico hacia el realismo de Mingote, de Goñi, o el tremendismo de Gila que luego conduciría a Garmendia y, con él, a una cohorte de humoristas literarios y gráficos que abandonan las ínfulas creativas de vanguardia para descansar en la sátira social leve y en la de costumbres. Es un planteamiento paródico el que adoptará la publicación en esta etapa y es precisamente ése el que perdura y se perpetua en la memoria, hasta el punto de que el último tramo de la revista (el más satírico de Cebrián, Máximo, Chumy Chúmez) ha sido desvestido de la importancia que realmente tuvo por gran parte de los que analizaron la revista.

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Llera usa sus herramientas de análisis lingüístico y estima que, en La Codorniz, fue la ironía la estrategia retórica que permitía eludir mejor la censura y conectaba más con la complicidad del lector. Pero luego se inflaron las dosis de una parodia a caballo de lo literario y lo periodístico, donde la denuncia de la represión y el compromiso aparentemente de izquierdas (como la de Chumy, que ejercitaba ese discurso siendo él de derechas) compartieron sitio con posturas claramente conservadoras como las de Serafín. El autor afirma que los chistes gráficos servidos por el semanario adolecían de esquematismo en los años cincuenta, como si estuviesen hechos con un molde, aunque sus páginas sirvieron como campo de pruebas para los grandes humoristas que llegarían en la década en que el Régimen de Franco languidecía: Mingote, Ballesta, Máximo, Forges...

O sea, que La Codorniz convino en trazar un puente entre una poética vanguardista y un modelo popular de humorismo, más realista y crítico si se quiere, que permitió hallazgos plásticos y dio albergue a un humorismo ya perdido, acosado hoy por los prejuicios de la literariedad. En palabras del propio Llera: de un «humorismo literario sin mordiente al que hemos llegado». Diferente sería el análisis si nos detenemos en el humor gráfico, pues más que puente fue trampolín aquello para el humor fertilísimo que afloró durante la transición y hasta los ochenta, cuando ya la posmodernidad rebajó la calidad de invención y se fue haciendo necesario de nuevo construir otro tipo de humor, «un humor ético frente a la razón cínica», parafraseando a Llera de nuevo.

El autor de este estupendo libro sigue trabajando en el CSIC sobre la obra periodística de Wenceslao Fernández Flórez. Mientras, sigue publicando textos relacionados con el humor y la sátira (en Estudios sobre el mensaje periodístico, Signa, Nueva Revista, Tropelías...), aunque, según nos ha comentado, cada día se siente más interesado por la poesía. Preludio a la inmersión (Editora Regional de Extremadura, 1999) fue su primer poemario.

Este libro sobre La Codorniz, esfuerzo inmenso (la bibliografía final da fe de su labor formidable) constituye no sólo una lectura amena, también un acercamiento riguroso sobre una parcela de nuestra literatura humorística y uno de los puntales de la historia del humor gráfico en España. Desde cualquier punto de vista, y si restamos importancia al exceso ocasional de erudición -algunos querrán ver rigor desproporcionado en su discurso en ocasiones-, debiéramos adoptarlo como manual y colocarlo en la mesilla aquellos que investigamos sobre viñetas, pues a él habrá que remitirse insistentemente en el futuro.

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